El Midrash Tanjuma cuenta que, en la inauguración del Mishkán, Aharón se entristeció: todas las tribus trajeron ofrendas… excepto la suya. Rambán (Najmánides) explica que ese sentimiento era sincero: Aharón temía haber quedado afuera del gran momento espiritual del pueblo.
Pero D’ le respondió con una promesa que cambió la historia:
“La tuya será una inauguración más grande: la luz de Janucá.”, cuando las luces del Beit HaMikdash —replicadas más tarde en la janúkia de cada hogar judío por todas las generaciones— serían inauguradas por los descendientes de Aharón, los Cohanim luego de la victoria Macabea. Su luz no sería un acto puntual, sino un fuego que iluminaría por generaciones.
La enseñanza es simple y profunda:
A veces vemos que otros avanzan antes, que otros celebran sus logros mientras nosotros seguimos esperando. Como Aharón, podemos sentir que “nuestra ofrenda no llegó”.
Pero la Torá nos enseña que cada uno tiene su propio tiempo de encender la luz, y que algunas luces —justamente las nuestras— pueden estar destinadas a iluminar más lejos en su propio momento.
Esperar no es atraso: es preparación.
Y cuando llega nuestro instante de brillar, la luz es más grande porque nace de la fidelidad, no de la comparación.
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