En medio de tanta escalada de violencia, es bueno aprender a no dejarnos arrastrar por las emociones y buscar siempre la Sabiduría de la Torá.
El episodio de los exploradores en la parashá Shlaj Lejá (Bamidbar/Números 13–14) representa uno de los momentos más trágicos en la travesía del pueblo de Israel. Doce hombres fueron enviados a explorar la Tierra Prometida; diez de ellos regresaron con un mensaje de miedo y desesperanza: “La tierra devora a sus habitantes… y nos veíamos a nosotros mismos como langostas” (Núm. 13:32–33). El pueblo escuchó, lloró y perdió la confianza. Esa noche —dice el Talmud (Ta’anit 29a)— fue Tishá beAv, el inicio de muchas calamidades futuras.
Inmediatamente después de este desastre espiritual y emocional, la Torá introduce un mandamiento en apariencia desconectado: el precepto de los tzitzit (Núm. 15:37–41). Pero el Midrash revela una conexión profunda:
“Esto se asemeja a un hombre que fue castigado por el rey. Un cortesano le dijo: ‘Hazte un recuerdo constante del rey para no volver a transgredir’. Así también, Israel pecó en el asunto de los exploradores. Por eso D´ les dijo: ‘Pónganse tzitzit en sus vestimentas para que al verlos recuerden los mandamientos del Creador.’”
Los sabios identifican que el error de los espías fue más que estratégico: fue espiritual. No supieron ver con los ojos de la fe. Miraron con temor, interpretaron desde la desconfianza. Por eso, dice el mismo pasaje del tzitzit:
“Y no se desvíen tras su corazón ni tras sus ojos, tras los cuales se descarriaron” (Núm. 15:39).
Y comenta el Talmud (Berajot 12b):
“El corazón -esto alude a la herejía-; los ojos -a la inmoralidad-.”
Los exploradores cayeron en esa trampa: lo que vieron les dictó cómo sentir, y lo que sintieron les impidió confiar. Por eso el tzitzit aparece como reparación: una herramienta cotidiana, visible, simple, que nos obliga a reentrenar la mirada. Como dice el versículo:
“Y los veréis, y recordaréis todos Mis mandamientos, y los cumpliréis” (Núm. 15:39).
Un fleco que cuelga de la ropa… para recordarnos que la realidad no se agota en lo que los ojos ven. Que hay una dimensión divina que sólo se alcanza cuando la mirada está guiada por la memoria espiritual.
El pecado de los espías fue interpretar el mundo sin D´. El tzitzit es el antídoto: nos recuerda que ver no siempre es entender. Y que a veces, alcanza ver el fleco de un hilo para volver a mirar correctamente.
Shabat Shalom
