El cruce del Mar Rojo que conmemoramos este último Shabbat no fue el final de la esclavitud, sino el comienzo de un camino. La Torá nos dice: “Y vio Israel la gran mano que el Eterno había obrado… y creyeron en Dios y en su siervo Moshé” (Shemot 14:31). Pero la fe inicial no bastaba. No se sale de Egipto sólo para ser libres, sino para empezar a caminar hacia algo mayor.
La libertad física es apenas el primer paso. Como enseña el Midrash (Mejilta de Rashbí, Beshalaj): “No fueron liberados para andar errantes, sino para recibir la Torá”. El desierto representa nuestros propios desiertos interiores -zonas de temor, duda y transformación-. En Pesaj salimos de la opresión externa, pero también del faraón interno.
La Cuenta del Ómer, ese conteo diario desde Pesaj hasta Shavuot, nos recuerda que la libertad no es instantánea. Cada día es una oportunidad para trabajar sobre nosotros mismos. Como dice el Sefer HaJinuj, el conteo expresa el anhelo de llegar al Sinaí, al momento en que la libertad se convierte en sentido.
Rambám enseña que el propósito último de la liberación es la elevación ética y espiritual. Recibir la Torá fue asumir la responsabilidad de vivir con un propósito. Salimos de Egipto no sólo para dejar de ser esclavos, sino para empezar a ser sujetos éticos, capaces de construir vínculos y comunidad.
La libertad, entonces, no es el fin, sino el comienzo del desafío: hacernos cargo de nuestra historia, de nuestras elecciones, y del mundo que tejemos junto a los demás.
