Hiddur Mitzvá en la Sukká, el Lulav y el Etrog

Los que vimos la película “Ushpizin” recordamos el esfuerzo de Moshé, el protagonista, por conseguir el etrog más bello para la celebración de Succot (la fiesta que sigue a Yom Kippur).

En el cántico del mar, cuando Israel cruza el Mar de los Juncos hacia la libertad, Moisés dice: “ה אֵלִי וְאַנְוֵהוּ” (Éx. 15:2), que se suele traducir como “Él es mi D´ y lo alabaré”, pero que se lee también “Él es mi D´ y lo embelleceré”. Desde ese momento, la Torá introduce una idea sorprendente: servir a D´ también a través de la belleza en el cumplimiento de los preceptos.

R. Ishmael en su Mejilta (T. Shirata, c. 3.11) pregunta:
“¿Acaso puede el ser humano agregar belleza a su Creador?”
Y responde: “Lo embelleceré mediante el cumplimiento de los preceptos – haré ante Él un lulav hermoso, una succá hermosa, tzitzit hermosos y tefilín hermosos.”

Rabí Ishmael no habla de lujo ni ostentación, sino de intención estética como expresión de amor. La belleza se convierte en una forma de avodá, de servicio sagrado desde el corazón.

El Talmud (Bava Kamá 9b) enseña: “Uno debe estar dispuesto a pagar hasta un tercio más para realizar una mitzvá de forma más bella.”

Este principio -hiddur mitzvá, “embellecer el cumplimiento”- no busca medir el valor en dinero, sino en dedicación.

Cuando buscamos adornar la sucá, o conseguir el etrog o el lulav más lindos posible, no solo embellecemos un ritual: embellecemos el mundo, porque transformamos lo material en vehículo de lo divino.

El Shir HaShirim Rabá comenta las palabras: “אַתְּ יָפָה רַעְיָתִי אַתְּ יָפָה — Eres bella, amada mía, eres bella” (Cant. 1:15), y explica: “Eres bella mediante las mitzvot, bella mediante los actos de bondad,… bella en la oración, bella en la recitación del Shemá, bella en la mezuzá, en los tefilín, en la sukká, en el lulav y en el etrog.”

Una succá no necesita esplendor y lujo, debe ser un reflejo de lo provisorio y efímero de la vida y su techo deje pasar la luz de las estrellas.
Pero sí necesita que cada pared, cada rama y cada adorno sean puestos con amor, con conciencia, con alegría.

Porque la succá es, en verdad, una extensión del corazón humano: frágil, transitoria, pero capaz de contener la presencia divina.

“Hiddur mitzvá” nos enseña que no basta cumplir: hay que vivir con gracia.
Cada mitzvá puede ser una obra de arte espiritual si la hacemos con amor, atención y belleza.

La belleza, en el judaísmo, no es vanidad: es revelación de lo divino en lo creado.
Cuando una succá es bella, no porque brilla sino porque pusimos el corazón en hacerla lo mejor posible, ahí es donde nos encontramos bajo la Succá de la Protección Divina como durante los 40 años del desierto.

Así, el etrog que cuidamos, el lulav que agitamos con alegría, la succá que levantamos con nuestras manos, se convierten en una forma de canto.


El mismo canto que comenzó en el mar: “זה אלי ואנוהו” — “Este es mi D´, y lo embelleceré”.

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