Entrando ya en Kislev

Este jueves 20 a la puesta del Sol entramos finalmente en Kislev, el mes de Jánuca, el mes de la victoria de los pocos sobre los muchos, de los débiles sobre los poderosos, de los oprimidos sobre los opresores, de la Luz sobre la oscuridad.

Un chiste recurrente es que eso del frasco de aceite para un día que termina durando ocho no es realmente ningún milagro sino algo que cualquier madre sabe hacer cuando el presupuesto aprieta.

Bromas aparte, si vemos la historia de la victoria judía contra Antíoco Epífanes en sus fuentes más antiguas (libro I de Macabeos, escrito en el siglo I a.e.c. probablemente antes del año -63 porque desconoce la conquista de Jerusalén por Pompeyo), la historia del aceite milagroso no aparece.

Incluso tampoco aparece en la Mishná, sino recién en la Guemará, compilada entre el siglo II y el año 500 ya de esta era, cientos de años después de los hechos.

En las crónicas más cercanas, el verdadero milagro no es una cuestión decorativa ritual de encendido de lámparas, sino el arrojo de un grupo minoritario dentro de un imperio poderoso para preservar su libertad, su identidad, y no ser avasallados.

Sin entrar a discutir si lo del aceite es histórico o simbólico (y hay para ambas interpretaciones, los Macabeos fueron soldados de estirpe sacerdotal que encendieron la luz de la libertad y la preservación de la identidad judía y que las hicieron perdurar cuando todo parecía predecir lo contrario), lo importante es cómo Kislev nos inspira a ser nosotros mismos los creadores de luz en nuestra lucha diaria por ser mejores personas, mejores judios, mejores ciudadanos de nuestros países.

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