En la víspera de Yom Kipur existe la costumbre de la kapará, que en algunas comunidades se realiza con un gallo o una gallina (muchas veces blancos) o con dinero. No es magia ni hechicería. No se trata de transferir nuestros pecados a otro ser, como si eso nos eximiera de responsabilidad.
La kapará es un acto pedagógico. La idea es separar una suma de dinero para tzedaká o un ave como donación para alimentar gente necesitada como forma de reparar nuestras transgresiones a través de actos de bondad por el prójimo.
También la idea de separar un ave para que sea faenada nos invita a contemplar que también nuestra vida pende de un hilo, que todo puede cambiar en un instante, y que el juicio divino es real y alguna vez deberemos morir e ir a dar cuenta de nuestra vida ante el Creador. Lo mismo con la suma de dinero que ahora está y luego es gastada y ya no está mas, otro símbolo de transitoriedad de la vida.
Al ver el gallo (o el dinero) girar sobre nuestra cabeza cuando pronunciamos las palabras de la kapará, despertamos a la urgencia de hacer teshuvá -cambiar, reparar, pedir perdón, arrepentirnos-.
Maimónides ya enseñó que el sacrificio de expiación en el Templo era solo un símbolo para mover el corazón, no una fórmula mágica. Lo esencial es lo que viene después: abrir el corazón, arrepentirnos, reconciliarnos y volver a Dios y a nuestro prójimo.
La kapará no es el final del camino: es la llave que abre la puerta para un Yom Kipur auténtico que nos motive a un año nuevo en transformaciones y en mejorar como hombres, como mujeres, como judíos, como seres huamnos.
¡¡Gmar jatimá tová!!
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