La primera parte del período del Sefirat HaOmer está marcado por una tensión profunda entre duelo y esperanza. Recordamos la muerte de los 24.000 alumnos de Rabí Akiva, símbolo del colapso de una generación que no supo sostenerse en el amor mutuo (Yevamot 62b). Sin embargo, en Lag BaOmer (este año, el viernes 16), el duelo se interrumpe. ¿Por qué? Porque también en la tradición judía hay un tiempo para el dolor… y un tiempo para salir de él.
La alegría de Lag BaOmer, asociada a la vida y enseñanzas de Rabí Shimón bar Yojai nos recuerda que incluso tras las ruinas del Templo, se puede construir una nueva forma de vida judía. Tomemos el ejemplo de Iojanán ben Zakai, que cuando se enfrentó al Desastre el año 70 su reacción fue buscar al general romano a cargo del asedio y pedirle: “Dame Yavne y sus sabios” (Guitín 56b). No se quedó en la venganza, ni quedó paralizado por el dolor. Pidió continuidad, pidió sabiduría, pidió futuro.
El duelo en el judaísmo no es un fin en sí mismo. Es un puente hacia una existencia más profunda. “Transformaré su duelo en gozo” dice Yrmiyahhu (Jeremías) 31:12. Incluso las lágrimas tienen un propósito: abrirnos al crecimiento. Por eso la avelut (el período de duelo) tiene etapas progresivas que duran un tiempo y luego finalizan: siete días, treinta, un año… y luego la vida debe continuar. Porque la memoria no significa parálisis.
Hoy, como judíos en un mundo sacudido por violencia, antisemitismo y polarización interna, debemos aprender esta lección. El dolor que vivimos, como individuos y como pueblo, es real. Pero debemos cuidarnos de no hacer del duelo una identidad. No somos sólo víctimas: somos constructores. El tikún del duelo es el acto de reconstruir.
Lag BaOmer nos enseña a celebrar la vida en medio de la oscuridad. A reencontrarnos con la alegría como un acto de resistencia espiritual. A recuperar el fuego -como el de las hogueras de la fiesta- no para destruir, sino para iluminar.
Salir del duelo no es traicionar la memoria; es honrarla con acción; no con olvido, sino con una vida plena y comprometida. Como dijo Rabí Akiva después de la tragedia, cuando comenzó de nuevo con solo cinco alumnos: “Y el mundo volvió a llenarse de Torá” (Bereshit Rabá 61:3). Aprendamos también de él.
Lag BaOmer sameaj. Que sepamos volver a abrirnos a la vida desde la fuerza, la unión, y la esperanza.
