Estamos acercándonos al final de Jeshván, el mes silencioso: sin fiestas, sin adornos, tan solo la vida en la simplicidad de lo cotidiano. Pero ese silencio no es vacío; es el terreno que se limpia para que algo nuevo pueda nacer en Kislev.
Kislev trae otra energía: la de la confianza, la luz de Jánuca que crece, los sueños que empiezan a cobrar forma aun en plena oscuridad. Si Jeshván nos enseña a escuchar, Kislev nos invita a encender.
Pasamos de la quietud a la luz, del trabajo cotidiano a la chispa interior.
Que el final de Jeshván nos regale claridad en lo simple, y que la preparación para Kislev despierte en nosotros el primer atisbo de la llama de esperanza.
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