Esta parashá empieza con el ritual de presentación de los primeros frutos (bikurim) y una “confesión” donde se hace un relato de la historia del Am Ysrael y que empieza diciendo (Dt. 26:5): “ארמי אבד אבי”.
El tema es que esa frase puede leerse como “un arameo errante fue mi padre”, “mi padre fue un arameo a punto de perecer” o “un arameo quiso destruir a mi padre”
Rashi elige la tercera opción y explica que la frase se refiere a Laván, que quiso destruir a Yaakov, no solo engañarlo (Rashi a Devarim 26:5). Así entendemos que incluso cuando no había espada ni ejército, la amenaza espiritual era letal.
Ibn Ezra lee el verso de otra manera: “Mi padre era un arameo errante”, es decir, Avraham o Yaakov eran extranjeros sin tierra, vagando en Aram. Aquí no hay un enemigo, sino un recuerdo de humildad y precariedad.
Sforno combina ambas ideas: recordamos tanto la amenaza externa como la fragilidad interna. Antes de llegar a la Tierra Prometida éramos pocos, expuestos a la destrucción, y luego logramos prosperar sin por ello dejar de vivir los peligros y la persecución que siempre nos amenazaron.
¿Cuál es la lectura correcta? Todas ellas, pues en distintos contextos puede ser de inspiración hacer énfasis en diferentes variantes de una misma Torá Eterna.
La lección:
En Pesaj o en la entrega de Bikurim no solo relatamos milagros, sino que reconocemos que nuestra historia empieza en la vulnerabilidad. La redención nace del riesgo: de estar al borde de desaparecer. Reconocer el peligro —ya sea enemigo externo o nuestra propia pequeñez— nos obliga a agradecer y a no dar por sentado nuestra existencia como pueblo sino a estar siempre atentos y no caer en la complacencia ni el olvido.
