En este Shabat, leemos combinadas las parashot Ajarei Mot y Kedoshim (Lev. Vaik. 16:1-20-27), que nos presentan un versículo que viene acompañado y desafiado al pueblo judío a lo largo de los siglos: “Veahavta lere’eja kamoj (Amarás a tu prójimo como a ti mismo)” en Vaikrá 19:18). Sabemos que Rabí Akiva lo llamó “un gran principio de la Torá”, y que los sabios interpretaron, y explicaron de muchas formas.
El tema es: ¿Quién es nuestro “prójimo”? Hay alguien que pueda estar fuera de ese concepto y por lo tanto del precepto de amarlo como a mi mismo?
Rashi nos dice (por el contexto del versículo) que el “prójimo” es nuestro hermano de la comunidad judía. El Rashbam y el Malbim destacan la dimensión social: el compañero en la comunidad, aquel con quien compartimos normas y destino. Ibn Ezra habla del vecino, el cercano con quien compartimos la vida. Todos estos comentarios tienen algo en común: nos recuerdan la importancia de fortalecer el vínculo interno de la comunidad judía, especialmente en tiempos de adversidad.
Sin embargo, la Torá no se detiene ahí. Apenas unos versículos después, en Levítico 19:34, encontramos: “El extranjero que reside con ustedes será para ustedes como el nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto.” Acá, el Rambán nos recuerda que la memoria de nuestra propia experiencia de extranjería es la clave para abrir el corazón más allá de las fronteras internas de un círculo cerrado.
Nuestros maestros cabalistas, como Rabí Moshe Cordovero, nos enseñaron que amar al prójimo es, en realidad, amar a todos los que llevan la imagen divina, porque todos somos partes de la misma alma colectiva. Y en tiempos más recientes, pensadores como Eliahu Benamozegh reafirmaron que la ética de la Torá tiene una dimensión universal, que nos llama a reconocer la humanidad en toda persona de cualquier etnia, creencia o nacionalidad, incluso en aquellos que son radicalmente distintos a nosotros.
¿Por qué recordar esto hoy? Porque vivimos tiempos en que el dolor y la tensión amenazan con encerrarnos en guetos mentales y afectivos como reacción defensiva. Es natural que en momentos de conflicto, cuando la seguridad y la identidad parecen estar en juego, nuestro instinto sea protegernos, y que eso nos lleve a cerrarnos de posibles hostilidades. Pero el Tanaj nos desafía: “no endurezcas tu corazón” dice en varios lugares.
Amar a los nuestros y a los que estamos unidos por lazos de afecto y de vida en común no es negociable. Pero el mandamiento completo también nos exige no perder la sensibilidad hacia quienes están fuera de nuestro círculo inmediato. La Torá nos pide un corazón amplio, capaz de mirar al otro –incluso al que es diferente, incluso al que nos cuesta amar– y reconocer en él una chispa de humanidad que nos une.
Este es un llamado difícil, pero fundamental: mantener la firmeza de nuestros principios y al mismo tiempo no permitir que las circunstancias nos despojen de nuestra compasión. Buscar lo que nos une, aún cuando todo parece separarnos. Este es el verdadero tikún que nos propone la Torá.
Que sepamos fortalecer nuestra identidad sin cerrarnos al mundo, y que la luz de la Torá nos guíe para ser una comunidad firme en su camino y abierta de corazón.
Shabat shalom.
