En Parashat Pekudei, la Torá enfatiza repetidamente que la construcción del Mishkán fue realizada “conforme a lo que había ordenado el Eterno a Moshé” (Shemot 39:1, 5, 7, 21, 26, 29, 31, 32, 42, 43; 40:16, 19, 21, 23, 25, 27, 29, 32).
Esta insistencia no es casual: subraya la absoluta fidelidad de Betzalel y los artesanos a la Voluntad Divina, reflejando una armonía entre el mandato divino y la acción humana.
El Mishkán no era solo un santuario físico, sino un modelo de vida judía.
Así como cada componente fue hecho en plena concordancia con la instrucción de A’, nuestra existencia debe estar alineada con la Torá.
Rambán (Shemot 25:2) explica que el Mishkán era una extensión de la revelación del Sinai, trasladando la presencia divina a la vida cotidiana.
De igual modo, la identidad judía no se limita al Beit HaKneset o al estudio de Torá, sino que debe permear nuestra conducta en todos los ámbitos.
El Midrash Tanjuma (Pekudei 11) resalta que Moshé, al revisar la obra terminada, vio que todo estaba hecho exactamente como A’ lo había ordenado y los bendijo.
Este reconocimiento nos enseña que la coherencia entre convicciones, acción y valores es clave para la santidad.
No basta con el cumplimiento externo; la verdadera avodá (servicio a D’) se refleja en la integridad con que vivimos nuestra vida personal, familiar y comunitaria.
El mensaje de Pekudei es claro: así como Betzalel construyó el Mishkán con fidelidad a la Voluntad Divina, nuestra vida debe edificarse con la misma coherencia, asegurando que nuestras acciones reflejen nuestra identidad judía y los valores de la Torá en cada aspecto de nuestro ser.
Shabbat shalom umeboraj!!
