La parashá Tetzavé (Shem.. 27:20-30:10) nos ordena encender una luz perpetua (ner tamid) en el Mishkán:
“Ordena a los hijos de IYsrael que te traigan aceite puro de oliva machacado para el alumbrado, para encender una lámpara perpetua” (Shemot 27:20).
Los comentaristas ven en este mandato más que un requerimiento técnico del servicio del Santuario; es un símbolo profundo de la continuidad espiritual de Am Ysrael. El Sforno explica que esta luz representa la presencia divina que nunca debe extinguirse del corazón del pueblo judío.
El Midrash Tanjuma (Tetzavé 5) compara la menorá con la Torá: así como la menorá ilumina el Mishkán, la Torá ilumina nuestras almas. Esto nos enseña que la transmisión de la sabiduría judía es el verdadero ner tamid que mantiene encendida la llama de nuestra identidad.
De hecho, el Talmud (Shabat 23b) establece que “luz” es sinónimo de Torá, pues “la mitzvá es una lámpara y la Torá es luz” (Mishlei/Proverbios 6:23).
La educación judía fue siempre la garantía de nuestra supervivencia identitaria en todas las generaciones. El Rambam (Hiljot Talmud Torá 1:2) enfatiza que enseñar Torá es una mitzvá fundamental, comparable a la transmisión del fuego del altar: debe ser continua, sin interrupción.
Hoy, tras los terribles ataques terroristas a civiles inocentes del 7 de octubre de 2023, este mandato adquiere aún más urgencia. Cuando el pueblo judío enfrenta agresiones no solo físicas sino contra su identidad y memoria, nuestra respuesta no puede ser solo defensiva: debemos redoblar nuestra luz, fortaleciendo la educación judía en cada hogar y comunidad.
Como dijo Rabí Akiva: “Así como los peces no pueden vivir fuera del agua, el pueblo judío no puede sobrevivir sin la Torá” (Berajot 61b).
En tiempos de oscuridad, el ner tamid no es solo un símbolo del pasado, sino una misión para el futuro. La educación judía es nuestra resistencia y nuestro legado. Mantengamos encendida la luz para las generaciones venideras.
