Esta semana empezamos la parashá “Jaiei Sará” (“Las Vidas de Sara”, Bereshit/Gen. 23:1-25:18), que curiosamente comienza con el fallecimiento de la primer gran matriarca del pueblo judío.
Muchas de las normas del “Kever Ysrael” (el entierro judío) son elaboraciones a partir de este relato junto con otras como el entierro de Yaakov y otros.
Entre esas normas (que no bajaron del Cielo en un bloque monolítico inmutable sino que es muy claro para cualquiera que recorra las Fuentes Tradicionales que fueron surgiendo a partir de la experiencia comunitaria, las discusiones de los Sabios, y la decisión de Autoridades que podrían haber tomado otra resolución y entonces “lo de siempre” y “lo judío de toda la vida” habría sido otra cosa muy distinta) hay muchas como son: el entierro en un lugar especialmente designado y a perpetuidad (tumba inamovible), la idea de un lugar comunitario específico donde los miembros de una misma identidad (la judía en este caso) pueda tener su propio espacio en función de sus propias tradiciones y continuemos en la eternidad el lazo identitario que nos unió en vida, etc.
Y, sin embargo, el tema de el “cementerio judío” implica definir quién es judío y quién no, lo que no se resuelve con el tema del nacimiento de madre judía o la conversión halájicamente válida porque entonces empezamos con el tema de cómo establecemos que la madre es judía, y la madre de la madre, y así al infinito; o qué define una conversión “válida” y según quién (incluso en la ortodoxia hay corrientes más rigurosas que no necesariamente reconocen las conversiones de otros rabinos también ortodoxos pero de otras líneas o tradiciones).
Tomemos el ejemplo de Abraham y Sara, a quienes se suele llamar “los primeros judíos”. Incluso interpretando eso literalmente (aunque el judaísmo como vivencia del pacto de la Torá no haya existido hasta varias generaciones después en el Evento del Sinaí), ninguno de ellos “nació judío/a” sino que ambos fueron (lo siento por los sostenedores del jérem del rabino Setton) CON-VER-SOS; y sin embargo eso no impidió que Sara (una clara conversa) fuese la protagonista del primer entierro judío.
No solo ello, si bien la Ytzjak (Isaac) y Yaakov (Jacob) nacieron judíos, ninguna de sus esposas nació judía sino que (atención a los que ningunean las conversiones por motivo matrimonial): EN AMBOS CASOS SUS MUJERES ENTRARON EN EL APCTO DE ABRAHAM PRECISAMENTE POR MOTIVO DE SU MATRIMONIO; es decir, se convirtieron al pacto de Abraham como parte del arreglo matrimonial de sus maridos “nacidos judíos de vientre” y nadie nunca cuestionó la validez de sus conversiones ni impidió que dos de ellas (Rivka -Rebeca- y Leáh -Léa-) sean enterradas en el primer “cementerio judío” (la Cueva de Macpelá).
Quizás sea hora de empezar a dejar de jugar al juego de “Los Guardianes de la Pureza Judaica” y cesar de poner garitas de Aduana y Migraciones en los cementerios judíos con el tema de la “idoneidad judía” o las diferencias y exclusiones por la forma de ingresar en la comunidad judía (si por nacimiento, si por conversión, si conversión por el rabino Ploni del movimiento A o el Rabino PloniB del movimiento C, etc. etc. etc.); y seamos de una buena vez lo que la Torá dice que somos: Un Solo Pueblo en el que pueden coexistir diversas identidades (tribus) cada una con su propia forma de vivir la judeidad sin ningunear al otro.
Ello, a imagen de cómo los distintos Sabios (el ejemplo paradigmático son Hilel y Shamai) podían estar en desacuerdo en casi cualquier punto al grado tal de que lo que uno consideraba válido el otro lo consideraba prohibido; y así y todo sus discípulos (bueno, no los discípulos varones entre sí, los discípulos de unos con las hermanas de los discípulos de otros) igual se veían como pares sin renunciar a sus diferencias y todos judíos al punto de casarse entre ellos sin ningún problema y sin decir “Ay no, como es del movimiento X no es verdadero judaísmo, el verdadero judaísmo es mío mío mío, a vos no te reconozco, no te caso y no te quiero enterrado conmigo”.
Gente, en tiempos como el presente es bueno dejar de lado pretensiones de exclusivismo y recordar el “Hiné má tov umá naim” del capítulo 133 de Salmos; y que los cementerios y las membresías comunitarias sean otra vez lugares de encuentro en armonía dentro de una diversidad enriquecedora, en lugar de cotos de peleas por pretensiones de Verdad que solo encubren ansias de preeminencia y deseos de posiciones de autoridad.
¡¡Buena semana!!
