Matot

Rabino con tefilín, por Jan Styka, pintor polaco, 1858-1925
Esta semana (como pasa usualmente) se leen combinadas las parashiot (porciones semanales de lectura de la Torá) “Matot” (“tribus”, Números/Bamidbar 30:2–32:42) y “Masei” (“travesías”, Bamidbar 33:1-36:13) y se termina de leer el libro de Bamidbar (Números).

 

De los muchos temas del texto, quiero destacar el de los votos y las promesas. El texto arranca con las leyes de promesas y de anulación de promesas hechas a D´ (todo el capítulo 30), y culmina con un juramento de los miembros de las tribus de Reubén (Rubén) y Gad de ayudar a sus hermanos a asentarse en sus territorios a cambio de quedarse en la margen oriental del Jordán en los territorios de Galaad y Jazer.

El núcleo de lo que quiero remarcar es el tema del compromiso y la obligatoriedad de la palabra dada, como dice en la primera parte: “Cuando alguno hiciere voto a A´, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca”.

Tan importante es la palabra dada que todos nuestros sabios, rabinos y maestros insisten incluso en que si bien hay formas de anular promesas irreflexivas hechas directamente a D´ que se vuelvan incumplibles y terminen pesando excesivamente sobre la conciencia (y ahí entra el sentido del Kol Nidré de Iom Kipur); está terminantemente prohibido faltar a las promesas hechas a otro ser humano y uno debe hacer todo lo que esté al alcance para honrar la palabra dada.

Así, un voto al Eterno puede llegar a ser eximido si se dan circunstancias extremas, pero una promesa a otra persona no; simplemente porque nos afecta como sujetos éticos frente al otro, y además es imposible construir una sociedad justa si no es sobre la confianza y la seguridad de los vínculos.
Simplemente, no puede haber misericordia, paz verdadera, justicia, bondad, ni nada positivo si no hay lealtad, compromiso, confiabilidad y veracidad.

Tengo en mente en ese sentido los tefilín, que uno de ellos conecta con sus correas la cabeza (mente) con el pecho (corazón, impulsos, deseos, voluntad), mientras que el otro toca el pecho (la voluntad y los impulsos) con la mano (el obrar).

¿Qué podemos sacar de ésto? Que nuestros pensamientos, nuestra voluntad y nuestro obrar deben siempre concordar, que debemos ser personas de bien, de honor y de palabra; y fieles cumplidores de nuestra palabra. Que nuestros pensamientos, nuestra voluntad y nuestras palabras estén coordinadas y que no haya doblez de corazón ni falsedad; y que lo que digamos lo cumplamos cabalmente y sin excusas.

Como decía Jorge, un amigo de la juventud de mi papá (de bendita memoria): “Valemos lo que vale nuestra palabra; y si no cumplimos lo que decimos, nuestra palabra no vale y nos volvemos personas sin valor”. Seamos personas que valgan.

¡¡Shavúa tov!! (Buena semana).

Mosaico israelita simbólico de las doce Tribus de Israel. Sinagoga de Guivat Mordejai, Jerusalén

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