En Israel y en el norte, Janucá ilumina las noches más largas del año; la luz vence a la oscuridad literal.
Pero aquí, en el sur, Janucá llega cuando los días son más largos y el sol está en su punto más alto. No necesitamos luz para vencer la oscuridad exterior… sino para iluminar la interior.
La enseñanza entonces cambia:
en el sur, Janucá es una invitación a encender luz en un tiempo luminoso, a descubrir que incluso en temporadas de plenitud, claridad y energía vital, hay rincones del alma donde la luz todavía debe entrar.
La ‘victoria’ no es sobre la noche afuera, sino sobre las sombras internas: el cansancio, la dispersión, la falta de sentido, las pequeñas contaminaciones espirituales que pasan desapercibidas cuando la vida afuera brilla.
Así, Janucá en verano nos recuerda que la luz de la menorá no sólo combate oscuridad: también consagra, purifica y orienta. Nos pide elevar la energía del verano —la expansión, el movimiento, el desborde— para que se convierta en claridad espiritual, propósito y memoria.
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